Con la introducción del telar en el siglo XVI, se produjo en La Palma una especie de revolución industrial, pasando -en un salto inimaginable- de aquellas maravillosas aunque primitivas pieles curtidas y fibras vegetales con las que vestían los antiguos pobladores de la isla, a las telas de lana, lino y seda tejidas en los telares de tea de pino canario.
Las voces del telar palmero atestiguan su origen portugués, manteniéndose, entre otras denominaciones, las de ordume y tapume para referirse, respectivamente, a las castellanas urdimbre y trama.
 Destacados fueron los trabajos de telar en La Palma a finales del siglo XVIII, para que Francisco Escolar y Serrano dijera que las mujeres palmeras se dedicaban a hilar lino y lana y a tejer lienzo ordinario y tiritaña con las que se vestían ellas, sus hijos y maridos. Escolar y Serrano aporta un dato importante que da idea de estas producciones: Apenas hay casa por infeliz que sea que no tenga telar. Ello nos viene a decir que el telar era un útil cotidiano y extremadamente necesario en las familias palmeras y que eran las mujeres las que aportaban el textil para la vida y la economía de la familia. Gracias a esos viejos y ancestrales métodos que la mujer guardó como el mejor de los tesoros y legados, la isla cuenta con piezas salidas de primitivos telares. Telares de recia tea de pino canario, equilibrado, erguido elegante y resistente al paso de los siglos, que continúan tejiendo ayudados del suave impulso de manos de mujer.
Las traperas son las piezas que más abundan en la actualidad. Alfombras, cortinas, bolsos, mochilas, tapices, colchas... En los hogares palmeros no se despreciaba una sola tela, por muy vieja y desgastada que estuviera, teniendo fama sus traperas de ser, según señala Sixto Fernández del Castillo las mejores de todo el archipiélago, debido al cuidado en el cortado y torcido de trapos y en el empleo de un doble hilo en la urdimbre.
 Lamentablemente, el cultivo del lino ya no inunda con el azul intenso de sus flores los campos palmeros. La realidad ha venido en los últimos años a contradecir el refrán popular que reza Ajos y lino, por San Martín nacidos. Aunque se continúa con el intento de potenciarlo, sólo se conserva testimonialmente. La mujer conoce el complejo proceso de cosecha, curtido en el mar, gramado, elaboración de madejas, hilado y blanqueado para, luego y después de este fatigoso trabajo, pasar al telar. La producción, aunque escasa, es una exquisitez materializada por ancestrales técnicas.
Algo similar ocurre con la lana. Muy pocas familias conservan el secreto de su preparación. Se trata de un complicado proceso que comienza con el trasquilado de las ovejas en los meses de verano. Después, la lana se lavaba con jabón a fin de quitarle la grasa y la suciedad, tendiéndose al sol y pasando a continuación al escarmenado e hilado. En una rueca de caña o de madera se coloca el copo de lana, que se trinca en el cinto o debajo del brazo. La artesana va extrayendo de él el hilo, envolviéndolo en el huso. Posteriormente, se hacen madejas en un sarillo, lavándolas de nuevo, de forma que estén listas para llevarlas al telar. En algunos casos, se tiñe con productos naturales, mientras que en otros se mantiene en su color original.
El ritmo acompasado del telar palmero -que semeja música- sigue marcando la vida de una isla profundamente respetuosa con los viejos oficios. La responsabilidad recae sobre los hombros, brazos y manos de la mujer que, como si de una cultura innata fuera, continúa logrando el más cuidado tejido en traperas, lino, lana y seda.
Copyright: Textos cedidos por ADER-La Palma.
Autora: María Victoria Hernández Pérez.
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Las labores artesanas palmeras son, por su propia esencia, procesos lentos, mimados, en los que no se tiene en cuenta las horas, sino la calidad del producto final. Están destinadas al disfrute y goce de los amantes de lo verdadero y auténtico, guardan las más ancestrales técnicas, alejadas de las corrientes económicas de la denominada «globalización».
Gracias a la progresiva incorporación de la mujer a los viejos oficios reglados sólo para hombres, la continuidad de aquéllos ha perdurado. Hoy gran parte de la oferta de la artesanía esconde a anónimas, elegantes, finas y, al mismo tiempo, curtidas manos femeninas. La mujer guardó celosamente los viejos saberes populares de la hoy llamada «artesanía» -elaborada con las manos y el gusto propio de la cultura popular-, que en tiempos remotos fue el único medio de vida y pervivencia de la familia. Esa cultura, de campesinas y labradoras, fue pasando de generación en generación como lo mejor y más preciado de las herencias y legados tradicionales.
Adquirir una pieza artesana no sólo significa poseer un objeto o útil -en algunos casos, como decoración o inadumentaria-, sino que con ella se retrocede a una milenaria cultura popular, por suerte, viva y auténtica en La Palma.
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