Los bordados no sólo duermen el dulce sueño de la nostalgia, sino que constituyen uno de los apartados fundamentales de la producción artesana palmera, con sus aplicaciones en la indumentaria tradicional, mantelería, ornamentos sacros, ajuares... La aguja, con finos hilos, revolotea en certeras puntadas sobre la tela, mientras el dedil de cuero, como un escudo, protege el dedo de las posibles picadas de la aguja de la mujer palmera.

 

El más frecuente entre el repertorio de los bordados tradicionales palmeros es el llamado rechilieu -conocido en La Palma- como rechi, que convive con las técnicas del realce y los puntos perdidos. Realizado generalmente sobre tela blanca o beige, el rechi se caracteriza por sus presillas o festones, unidos entre sí por otras presillas en el aire que, una vez recortada la pieza, dotan a la pieza resultante de una elegancia inconfundible propia de las cortes europeas del barroco.

En realce se bordan motivos en relieve, con puntos derechos u oblicuos, perpendiculares a los puntos de relleno; se emplea en el bordado de flores, hojas y letras iniciales.

Por lo que respecta al punto perdido, se realiza a base de puntadas superpuestas que producen, con la intensidad del color del hilo, diferentes matizados en motivos preferentemente florales.

El borde -como popularmente se conoce en La Palma- ha significado, durante décadas, una importante fuente de ingresos para las familias más humildes. En 1945, según señalaba Félix Poggio, más de veinte mil mujeres, de un total en la isla de unos sesenta mil habitantes, se dedicaban a estas labores.

 

De todos los sectores artesanos, éste sigue siendo el más productivo, lo que ha llevado al establecimiento en La Palma de casas o agencias que cisnan ('dibujan') la tela, la reparten con las madejas entre las bordadoras para luego, una vez realizado el trabajo, recoger las labores, preparándolas para la venta local y la exportación, fundamentalmente a la Península y en otros tiempos a Cuba, Gran Bretaña y Estados Unidos.

De viejo le viene a las palmeras el enriquecer el ajuar doméstico e indumentaria con ricos y apreciados bordados. En el siglo XVI, el viajero portugués Gaspar Frutuoso decía de las mujeres luso-palmeras que bordaban bien: camisas, pespuntan jubones, bordan almohadas y hacen obras de red muy costosas.

Fueron pasando los siglos y en el XIX la guerra de Cuba frenó la producción de estas labores, tan preciadas en la isla caribeña. El periódico palmero El País publica en agosto de 1898 un artículo titulado «La Bordadora» en el que se pone de manifiesto la necesidad de crear una asociación para proteger la industria del bordado, que daba mucho trabajo a las mujeres de la isla y se encontraba entonces paralizada ya que no podía exportarse a la isla de Cuba a causa de la guerra.

Pasada la guerra, estas labores siguieron llegando a Cuba, según afirmó la escritora cubana Dulce María Loynaz (La Habana, 1902), Premio Cervantes 1992, en su obra Un Verano en Tenerife:

Recuerdo todavía aquellos cortes de vestido que, procedentes de Canarias, llevaban los buhoneros a las casas cuando yo era niña. [La escritora no se detiene sólo en los recuerdos, sino que describe y admira los trabajos de aguja de La Palma, piropeándolos:] bordar se borda en todo el mundo, aunque en ningún lugar tal vez como en la isla de La Palma […] ¡Qué finura de aguja en los relieves, qué igualdad de puntada en el contorno, qué realce en las hojas o en las flores, que parecen salirse de su trama! [Confiesa tener pañuelos bordados y dice:] a menos que se observen con una lupa, nadie diría que están bordados, sino pintados; no es posible diferenciar un hilo de otro hilo, ni el hilo es hilo, sino antena de mariposas, hebra de telaraña.

Las almohadillas del borde continúan funcionando como preciado tesoro de la artesanía palmera. No existe una familia que no posea, por herencia o adquisición, un paño o mantel bordado que luce como una joya en los días grandes.

Manos de mujer ponen el mejor cuidado entre puntada y puntada, logrando la mejor y más vistosa muestra en el bordado.



Copyright: Textos cedidos por ADER-La Palma.
Autora: María Victoria Hernández Pérez.

 

 

Las labores artesanas palmeras son, por su propia esencia, procesos lentos, mimados, en los que no se tiene en cuenta las horas, sino la calidad del producto final. Están destinadas al disfrute y goce de los amantes de lo verdadero y auténtico, guardan las más ancestrales técnicas, alejadas de las corrientes económicas de la denominada «globalización».

Gracias a la progresiva incorporación de la mujer a los viejos oficios reglados sólo para hombres, la continuidad de aquéllos ha perdurado. Hoy gran parte de la oferta de la artesanía esconde a anónimas, elegantes, finas y, al mismo tiempo, curtidas manos femeninas. La mujer guardó celosamente los viejos saberes populares de la hoy llamada «artesanía» -elaborada con las manos y el gusto propio de la cultura popular-, que en tiempos remotos fue el único medio de vida y pervivencia de la familia. Esa cultura, de campesinas y labradoras, fue pasando de generación en generación como lo mejor y más preciado de las herencias y legados tradicionales.

Adquirir una pieza artesana no sólo significa poseer un objeto o útil -en algunos casos, como decoración o inadumentaria-, sino que con ella se retrocede a una milenaria cultura popular, por suerte, viva y auténtica en La Palma.











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